Si deseamos de veras seguir a Cristo, nos empeñaremos constantemente en humillarnos bajo la poderosa mano de Dios. La humildad de que habla Pablo (Ef. 4:2, Fil. 2:3, Col. 3:12) no se conocía en el mundo pagano de la antigüedad. El término griego, que indica lo opuesto de la soberbia intelectual, no se usaba antes de la venida de Cristo. Pablo mismo lo acuñó. Supone no tener más alto concepto de sí que el que debe tener (Ro. 12:3). Se trata de una actitud mental que admite lo falibles y lo pecaminosos que somos.
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